¿Qué es la Constitución?

Part of ¿Qué fue?

Illustrated by Tim Foley
Translated by Yanitzia Canetti
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$6.99 US
Penguin Young Readers | Penguin Workshop
60 per carton
On sale Sep 06, 2022 | 9780593522653
Age 8-12 years
Reading Level: Lexile 770L
Sales rights: World
Nosotros, el pueblo de Who HQ, traemos a los lectores la historia completa (argumentos y todo) de cómo surgió la Constitución de los Estados Unidos.
 
We the people at Who HQ bring readers the full story--arguments and all--of how the United States Constitution came into being in this Spanish entry in the WHO HQ series.


Firmada el 17 de septiembre de 1787, cuatro años después de la Guerra de la Independencia, la Constitución estableció la ley suprema de los Estados Unidos de América. Hoy es fácil que demos por sentado este proyecto de gobierno. Pero los legisladores (cincuenta y cinco hombres de casi todos los 13 estados originales), discutieron ferozmente durante muchos meses sobre lo que acabó siendo solo un documento de cuatro páginas. Esta es una fascinante mirada entre bastidores a las cuestiones más disputadas (las de los estados del Norte y del Sur; los estados grandes y los pequeños) y a los actores clave, como James Madison, Alexander Hamilton y George Washington, que sufrieron innumerables revisiones para hacer realidad la Constitución.
 
Signed on September 17, 1787--four years after the American War for Independence--the Constitution laid out the supreme law of the United States of America. Today it's easy for us to take this blueprint of our government for granted. But the Framers--fifty-five men from almost all of the original 13 states--argued fiercely for many months over what ended up being only a four-page document. Here is a fascinating behind-the-scenes look at the hotly fought issues--those between Northern and Southern States; big states and little ones--and the key players such as James Madison, Alexander Hamilton, and George Washington who suffered through countless revisions to make the Constitution happen.
¿Qué es la Constitución?
 
 
La primera vez que las trece colonias norteamericanas se declararon una nación libre fue en la Declaración de Independencia, escrita en julio de 1776. Para entonces, las colonias estaban hartas de ser gobernadas desde lejos por Gran Bretaña. Se desató una sangrienta guerra por la independencia: la Guerra de Independencia.
 
Al principio, ganar la guerra parecía imposible. ¿Cómo podría el pobre ejército rebelde derrotar a Gran Bretaña, la mayor potencia militar del mundo? Pero el ansia de libertad encendió los ánimos de los rebeldes.
 
En 1783, la guerra había terminado y las colonias eran estados de una nación libre e independiente: los Estados Unidos de América.
 
Incluso durante la guerra, el nuevo país necesitaba un gobierno. Así que, en 1776, los líderes de la Revolución elaboraron algunas normas. Se llamaron los Artículos de la Confederación.
 
Nadie quería un gobierno todopoderoso. De eso se estaban separando los estados. Entonces crearon un congreso demasiado débil para hacer daño. Eso condujo a un gobierno demasiado débil que tampoco podía hacer mucho bien.
 
En 1787, solo cuatro años después de la gloriosa victoria de Estados Unidos, el joven país tenía problemas. El orgullo nacional aún no existía. De hecho, si se preguntaba a la mayoría de la gente cuál era su país, nombraban su estado. Era fácil ver por qué.
 
A lo largo de su vida, la gente rara vez viajaba a más de treinta millas del lugar donde había nacido. En 1785, un hombre de Georgia escribió que dejaba su “país” para ir a “una tierra extraña”. La “tierra extraña” era Nueva York.
 
Los estados se peleaban a menudo por la posición de las fronteras y a qué estado “pertenecían” ciertos ríos. Los enemigos en el extranjero se reían de los problemas de Estados Unidos. ¿Acaso todas estas disputas no demostraban que la naciente nación no era capaz de gobernarse a sí misma sin un rey poderoso?
 
El joven gobierno de Estados Unidos necesitaba algunos cambios, y pronto. Así, durante el horriblemente caluroso y húmedo verano de 1787, cincuenta y cinco hombres de doce estados se reunieron en Filadelfia en una asamblea especial. (Rhode Island no acudiría). Su misión era cambiar los Artículos de la Confederación. Muchos no sabían que iban a ¡crear, un sistema de gobierno completamente nuevo!
 
Los legisladores, que es como se les conocen, tenían que encontrar respuestas a grandes y espinosas preguntas. ¿Quién decidía si los Estados Unidos entraba en una guerra? ¿Qué poderes debía tener el jefe del gobierno? ¿Qué hacer si los dirigentes abusaban de su poder? ¿A quién permitirle votar? ¿Cómo se aprobarían las leyes?
 
Durante cuatro meses, los legisladores debatieron… y debatieron… y debatieron. Los ánimos se caldearon. Las voces se alzaron. Cada hombre se preocupaba por sus ideas. Era muy difícil que una parte escuchara a la otra. ¡Es que había mucho en juego! Estaban decidiendo el destino de “millones de personas aún no nacidas”, como dijo el delegado George Mason.
 
Por momentos, redactar una nueva constitución parecía imposible. ¿Se llegaría a un acuerdo?
 
 
CAPÍTULO 1: Un gobierno cojo

 
En 1787, los Estados Unidos de América tenían un nombre y una bandera. Pero, faltaba mucho para que fuera una verdadera nación.
 
No había presidente. No había un sistema judicial central. Tampoco existía un ejército o una armada estadounidense. No había Senado ni Cámara de Representantes, solo un débil “Congreso”. El Congreso podría aprobar leyes, pero no podría hacerlas cumplir. Por ejemplo, podría cobrar impuestos para sufragar los gastos de la guerra, pero tendría que confiar en la buena voluntad de los estados para pagar.
 
La lealtad de la gente a su estado hacía difícil que se consideraran estadounidenses. Durante la Revolución, George Washington les pidió a los soldados de Nueva Jersey que juraran lealtad a Estados Unidos. ¡Qué petición tan extraña! Ellos dijeron que Nueva Jersey era su país.
 
La lealtad a su propio estado tiene sus raíces en la historia. Las trece colonias se habían fundado en distintas épocas por diferentes grupos de personas. Cada estado desarrolló su propia forma de vida, a menudo con su propia religión y costumbres. Los estrictos puritanos habían fundado Nueva Inglaterra. Los cuáqueros, amantes de la paz, fundaron Pensilvania.
 
Aunque el idioma principal de las colonias era el inglés, decenas de miles de personas hablaban alemán en Pensilvania. Los comerciantes y pescadores prosperaban en Nueva Inglaterra, mientras que el Sur era principalmente agrícola.
 
Los Artículos de la Confederación mantuvieron a los estados unidos para luchar en la guerra, pero después, cada uno siguió su camino. Los soldados volvieron a casa. Y cada estado creó su propia constitución y eligió a sus propios líderes.
 
Pero… ¿y lo de ser un país, qué? Algunos líderes (como Washington, Madison y Hamilton) querían que Estados Unidos fuera una nación fuerte con un gobierno central sólido para todos los estados. A estos líderes se les llamó nacionalistas.
 
Pero otros líderes querían que el poder siguiera en manos de los estados, tal y como establecían los Artículos de la Confederación. Estos prometían que los estados seguirían siendo soberanos. Eso significaba que cada estado seguiría siendo su propio jefe. ¿Y la unión, qué? Los Artículos describían la unión de forma imprecisa, como una “liga de amistad”. Este gobierno no funcionó bien. En 1787, los problemas de Estados Unidos eran muchos.
 
Algunos estados cobraban aranceles a los otros estados, como si fueran países extranjeros. Las tierras al oeste de las trece colonias estaban siendo colonizadas, y estallaron los desacuerdos sobre qué estados las controlaban.
 
El dinero continental casi no tenía valor. Por ello, siete estados imprimieron su propio papel moneda, pero este no valía fuera de sus fronteras.
 
George Washington, de vuelta a su casa en Virginia, se alarmó por lo que ocurría en su país. El Congreso es “un gobierno medio hambriento y cojo”, se quejó, “siempre moviéndose con muletas y tambaleándose a cada paso”.
 
En 1786 estalló una crisis en Massachusetts. Muchos granjeros perdían sus tierras porque no podían pagar los altos impuestos del estado.
 
Bajo el mando de Daniel Shays, capitán de la Guerra de Independencia, una turba de dos mil granjeros se rebeló. Marcharon a Springfield armados con hachas, horquillas y mosquetes. El débil Congreso no pudo reunir una fuerza armada. Así que Massachusetts envió sus tropas y detuvo la rebelión. Hubo cuatro muertos.
 
La Rebelión de Shays sacudió la nación. ¡Estadounidenses matando a estadounidenses! “Estoy más avergonzado de lo que puedo expresar”, dijo George Washington.
 
Alexander Hamilton afirmó: “Solo hay un remedio: convocar una convención de todos los estados, y cuanto antes, mejor”. Si el gobierno no se fortalece, podría desmoronarse.
 
Incluso el Congreso estuvo de acuerdo en que los Artículos de la Confederación necesitaban cambios. Así que pidió a los estados que eligieran delegados para asistir a una asamblea especial en Filadelfia, en mayo de 1787. Los periódicos la llamaron “La Gran Convención”. Nadie la llamó Convención Constitucional, por supuesto, porque ¿quién iba a saber que se iba a redactar una nueva Constitución?
 
 
CAPÍTULO 2: ¿Quiénes vienen a Filadelfia?
 
 
En la primavera de 1787, cincuenta y cinco delegados de doce estados se prepararon para viajar a la Gran Convención de Filadelfia.
 
Filadelfia preparó una gran bienvenida.Se extendió la alfombra roja, o más bien, la grava, frente al Parlamento, donde se celebraría la Convención. La grava debía amortiguar el ruido de las ruedas de los carruajes sobre las calles empedradas para no molestar a los delegados.
 
El 14 de mayo debía comenzar la Convención. Pero muy pocos delegados habían llegado a tiempo. La primavera de 1787 fue muy lluviosa. Las diligencias y los carruajes se atascaban en los caminos por todas partes.
 
Por aquel entonces, incluso con buen tiempo, los viajes eran duros, lentos y llenos de saltos por los baches. En el país había pocas carreteras y puentes. El viaje de Georgia a Filadelfia tomaba como mínimo dos o tres semanas.
 
Los delegados de New Hampshire no llegaron hasta julio. Pero el clima no fue el único culpable. ¡El estado tuvo muchos problemas para reunir el dinero para enviar a los delegados!
 
Sin embargo, un hombre llegó en silencio a la ciudad once días antes. Era James Madison, de Virginia, un hombre tranquilo, tímido y reservado. Hoy en día, se le podría describir como un “nerdo”. Medía metro y medio y pesaba unas 100 libras. Alguien lo describió “no más grande que media barra de jabón”. Pero, su gigantesco intelecto impresionaba a todos los que lo conocían.
 
Últimamente, Madison había estado estudiando detenidamente libros sobre gobiernos, tanto modernos como antiguos, en los que los ciudadanos se gobernaban a sí mismos. ¿Por qué algunos gobiernos fracasaban y otros tenían éxito? Madison recopiló las mejores ideas y luego redactó su propio y audaz plan de gobierno. Lo guardó en su bolsa. Ese plan acabaría convirtiéndose en el proyecto de gobierno de los Estados Unidos. James Madison desempeñó un papel tan importante en la Convención, que llegó a ser conocido como el “Padre de la Constitución”.
 
Un día antes de la Convención, ¡llegó el gran George Washington! Una guardia militar, vestida con elegantes uniformes y brillantes botas negras, le dio la bienvenida a la ciudad con cañonazos y disparos. Las multitudes lo vitorearon en las calles.
 
Desde el final de la guerra, Washington había vivido felizmente en su plantación de Virginia. Sin embargo, un fuerte sentido del deber lo llamaba ahora a la vida pública de nuevo. Temía que toda la sangre derramada durante la guerra hubiera sido en vano si el gobierno no se fortalecía. La presencia de Washington en la Convención fue muy importante. Su firme liderazgo hizo que los demás delegados estuvieran dispuestos a escuchar opiniones contrarias.
 
Ya el 25 de mayo, estaban presentes los delegados de siete estados, suficientes para empezar. Los hombres presentes se reunían en el Parlamento seis días a la semana, desde las diez hasta las tres o las cuatro de la tarde.
 
¿Quiénes eran los delegados? Eran todos hombres blancos, en su mayoría acomodados y con un alto nivel educativo. (Las mujeres y las minorías tenían pocos derechos o ninguno y no podían tomar decisiones). Muchos eran jóvenes, de veinte o treinta años. Sin embargo, todos ellos tenían ya mucha experiencia en el gobierno. Varios habían firmado la Declaración de Independencia. Tres cuartas partes habían servido en el antiguo Congreso. Muchos eran héroes del campo de batalla de la Guerra de Independencia. También eran un grupo a la moda, con pantalones bombacho, medias de seda y pelucas blancas empolvadas.
 
Faltaban dos líderes importantes: Thomas Jefferson y John Adams. Estaban a un océano de distancia, representando los intereses de Estados Unidos en Francia e Inglaterra.
 
El delegado de más edad, con mucho, era Benjamin Franklin, quien vivía allí mismo en Filadelfia. A sus ochenta y un años, el Dr. Franklin seguía teniendo una mente ágil, pero su cuerpo le dolía por la gota. Los viajes en carruajes saltando eran demasiado duros para él. Así que lo llevaron a la Convención en una silla de manos francesa. Cuatro prisioneros, liberados de la cárcel por ese día, lo transportaron.
 
Al igual que George Washington, Ben Franklin aportó calma y dignidad a la Convención. En los próximos meses, cuando los ánimos se caldearan, todos lo necesitarían.

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Firmada el 17 de septiembre de 1787, cuatro años después de la Guerra de la Independencia, la Constitución estableció la ley suprema de los Estados Unidos de América. Hoy es fácil que demos por sentado este proyecto de gobierno. Pero los legisladores (cincuenta y cinco hombres de casi todos los 13 estados originales), discutieron ferozmente durante muchos meses sobre lo que acabó siendo solo un documento de cuatro páginas. Esta es una fascinante mirada entre bastidores a las cuestiones más disputadas (las de los estados del Norte y del Sur; los estados grandes y los pequeños) y a los actores clave, como James Madison, Alexander Hamilton y George Washington, que sufrieron innumerables revisiones para hacer realidad la Constitución.
 
Signed on September 17, 1787--four years after the American War for Independence--the Constitution laid out the supreme law of the United States of America. Today it's easy for us to take this blueprint of our government for granted. But the Framers--fifty-five men from almost all of the original 13 states--argued fiercely for many months over what ended up being only a four-page document. Here is a fascinating behind-the-scenes look at the hotly fought issues--those between Northern and Southern States; big states and little ones--and the key players such as James Madison, Alexander Hamilton, and George Washington who suffered through countless revisions to make the Constitution happen.

Excerpt

¿Qué es la Constitución?
 
 
La primera vez que las trece colonias norteamericanas se declararon una nación libre fue en la Declaración de Independencia, escrita en julio de 1776. Para entonces, las colonias estaban hartas de ser gobernadas desde lejos por Gran Bretaña. Se desató una sangrienta guerra por la independencia: la Guerra de Independencia.
 
Al principio, ganar la guerra parecía imposible. ¿Cómo podría el pobre ejército rebelde derrotar a Gran Bretaña, la mayor potencia militar del mundo? Pero el ansia de libertad encendió los ánimos de los rebeldes.
 
En 1783, la guerra había terminado y las colonias eran estados de una nación libre e independiente: los Estados Unidos de América.
 
Incluso durante la guerra, el nuevo país necesitaba un gobierno. Así que, en 1776, los líderes de la Revolución elaboraron algunas normas. Se llamaron los Artículos de la Confederación.
 
Nadie quería un gobierno todopoderoso. De eso se estaban separando los estados. Entonces crearon un congreso demasiado débil para hacer daño. Eso condujo a un gobierno demasiado débil que tampoco podía hacer mucho bien.
 
En 1787, solo cuatro años después de la gloriosa victoria de Estados Unidos, el joven país tenía problemas. El orgullo nacional aún no existía. De hecho, si se preguntaba a la mayoría de la gente cuál era su país, nombraban su estado. Era fácil ver por qué.
 
A lo largo de su vida, la gente rara vez viajaba a más de treinta millas del lugar donde había nacido. En 1785, un hombre de Georgia escribió que dejaba su “país” para ir a “una tierra extraña”. La “tierra extraña” era Nueva York.
 
Los estados se peleaban a menudo por la posición de las fronteras y a qué estado “pertenecían” ciertos ríos. Los enemigos en el extranjero se reían de los problemas de Estados Unidos. ¿Acaso todas estas disputas no demostraban que la naciente nación no era capaz de gobernarse a sí misma sin un rey poderoso?
 
El joven gobierno de Estados Unidos necesitaba algunos cambios, y pronto. Así, durante el horriblemente caluroso y húmedo verano de 1787, cincuenta y cinco hombres de doce estados se reunieron en Filadelfia en una asamblea especial. (Rhode Island no acudiría). Su misión era cambiar los Artículos de la Confederación. Muchos no sabían que iban a ¡crear, un sistema de gobierno completamente nuevo!
 
Los legisladores, que es como se les conocen, tenían que encontrar respuestas a grandes y espinosas preguntas. ¿Quién decidía si los Estados Unidos entraba en una guerra? ¿Qué poderes debía tener el jefe del gobierno? ¿Qué hacer si los dirigentes abusaban de su poder? ¿A quién permitirle votar? ¿Cómo se aprobarían las leyes?
 
Durante cuatro meses, los legisladores debatieron… y debatieron… y debatieron. Los ánimos se caldearon. Las voces se alzaron. Cada hombre se preocupaba por sus ideas. Era muy difícil que una parte escuchara a la otra. ¡Es que había mucho en juego! Estaban decidiendo el destino de “millones de personas aún no nacidas”, como dijo el delegado George Mason.
 
Por momentos, redactar una nueva constitución parecía imposible. ¿Se llegaría a un acuerdo?
 
 
CAPÍTULO 1: Un gobierno cojo

 
En 1787, los Estados Unidos de América tenían un nombre y una bandera. Pero, faltaba mucho para que fuera una verdadera nación.
 
No había presidente. No había un sistema judicial central. Tampoco existía un ejército o una armada estadounidense. No había Senado ni Cámara de Representantes, solo un débil “Congreso”. El Congreso podría aprobar leyes, pero no podría hacerlas cumplir. Por ejemplo, podría cobrar impuestos para sufragar los gastos de la guerra, pero tendría que confiar en la buena voluntad de los estados para pagar.
 
La lealtad de la gente a su estado hacía difícil que se consideraran estadounidenses. Durante la Revolución, George Washington les pidió a los soldados de Nueva Jersey que juraran lealtad a Estados Unidos. ¡Qué petición tan extraña! Ellos dijeron que Nueva Jersey era su país.
 
La lealtad a su propio estado tiene sus raíces en la historia. Las trece colonias se habían fundado en distintas épocas por diferentes grupos de personas. Cada estado desarrolló su propia forma de vida, a menudo con su propia religión y costumbres. Los estrictos puritanos habían fundado Nueva Inglaterra. Los cuáqueros, amantes de la paz, fundaron Pensilvania.
 
Aunque el idioma principal de las colonias era el inglés, decenas de miles de personas hablaban alemán en Pensilvania. Los comerciantes y pescadores prosperaban en Nueva Inglaterra, mientras que el Sur era principalmente agrícola.
 
Los Artículos de la Confederación mantuvieron a los estados unidos para luchar en la guerra, pero después, cada uno siguió su camino. Los soldados volvieron a casa. Y cada estado creó su propia constitución y eligió a sus propios líderes.
 
Pero… ¿y lo de ser un país, qué? Algunos líderes (como Washington, Madison y Hamilton) querían que Estados Unidos fuera una nación fuerte con un gobierno central sólido para todos los estados. A estos líderes se les llamó nacionalistas.
 
Pero otros líderes querían que el poder siguiera en manos de los estados, tal y como establecían los Artículos de la Confederación. Estos prometían que los estados seguirían siendo soberanos. Eso significaba que cada estado seguiría siendo su propio jefe. ¿Y la unión, qué? Los Artículos describían la unión de forma imprecisa, como una “liga de amistad”. Este gobierno no funcionó bien. En 1787, los problemas de Estados Unidos eran muchos.
 
Algunos estados cobraban aranceles a los otros estados, como si fueran países extranjeros. Las tierras al oeste de las trece colonias estaban siendo colonizadas, y estallaron los desacuerdos sobre qué estados las controlaban.
 
El dinero continental casi no tenía valor. Por ello, siete estados imprimieron su propio papel moneda, pero este no valía fuera de sus fronteras.
 
George Washington, de vuelta a su casa en Virginia, se alarmó por lo que ocurría en su país. El Congreso es “un gobierno medio hambriento y cojo”, se quejó, “siempre moviéndose con muletas y tambaleándose a cada paso”.
 
En 1786 estalló una crisis en Massachusetts. Muchos granjeros perdían sus tierras porque no podían pagar los altos impuestos del estado.
 
Bajo el mando de Daniel Shays, capitán de la Guerra de Independencia, una turba de dos mil granjeros se rebeló. Marcharon a Springfield armados con hachas, horquillas y mosquetes. El débil Congreso no pudo reunir una fuerza armada. Así que Massachusetts envió sus tropas y detuvo la rebelión. Hubo cuatro muertos.
 
La Rebelión de Shays sacudió la nación. ¡Estadounidenses matando a estadounidenses! “Estoy más avergonzado de lo que puedo expresar”, dijo George Washington.
 
Alexander Hamilton afirmó: “Solo hay un remedio: convocar una convención de todos los estados, y cuanto antes, mejor”. Si el gobierno no se fortalece, podría desmoronarse.
 
Incluso el Congreso estuvo de acuerdo en que los Artículos de la Confederación necesitaban cambios. Así que pidió a los estados que eligieran delegados para asistir a una asamblea especial en Filadelfia, en mayo de 1787. Los periódicos la llamaron “La Gran Convención”. Nadie la llamó Convención Constitucional, por supuesto, porque ¿quién iba a saber que se iba a redactar una nueva Constitución?
 
 
CAPÍTULO 2: ¿Quiénes vienen a Filadelfia?
 
 
En la primavera de 1787, cincuenta y cinco delegados de doce estados se prepararon para viajar a la Gran Convención de Filadelfia.
 
Filadelfia preparó una gran bienvenida.Se extendió la alfombra roja, o más bien, la grava, frente al Parlamento, donde se celebraría la Convención. La grava debía amortiguar el ruido de las ruedas de los carruajes sobre las calles empedradas para no molestar a los delegados.
 
El 14 de mayo debía comenzar la Convención. Pero muy pocos delegados habían llegado a tiempo. La primavera de 1787 fue muy lluviosa. Las diligencias y los carruajes se atascaban en los caminos por todas partes.
 
Por aquel entonces, incluso con buen tiempo, los viajes eran duros, lentos y llenos de saltos por los baches. En el país había pocas carreteras y puentes. El viaje de Georgia a Filadelfia tomaba como mínimo dos o tres semanas.
 
Los delegados de New Hampshire no llegaron hasta julio. Pero el clima no fue el único culpable. ¡El estado tuvo muchos problemas para reunir el dinero para enviar a los delegados!
 
Sin embargo, un hombre llegó en silencio a la ciudad once días antes. Era James Madison, de Virginia, un hombre tranquilo, tímido y reservado. Hoy en día, se le podría describir como un “nerdo”. Medía metro y medio y pesaba unas 100 libras. Alguien lo describió “no más grande que media barra de jabón”. Pero, su gigantesco intelecto impresionaba a todos los que lo conocían.
 
Últimamente, Madison había estado estudiando detenidamente libros sobre gobiernos, tanto modernos como antiguos, en los que los ciudadanos se gobernaban a sí mismos. ¿Por qué algunos gobiernos fracasaban y otros tenían éxito? Madison recopiló las mejores ideas y luego redactó su propio y audaz plan de gobierno. Lo guardó en su bolsa. Ese plan acabaría convirtiéndose en el proyecto de gobierno de los Estados Unidos. James Madison desempeñó un papel tan importante en la Convención, que llegó a ser conocido como el “Padre de la Constitución”.
 
Un día antes de la Convención, ¡llegó el gran George Washington! Una guardia militar, vestida con elegantes uniformes y brillantes botas negras, le dio la bienvenida a la ciudad con cañonazos y disparos. Las multitudes lo vitorearon en las calles.
 
Desde el final de la guerra, Washington había vivido felizmente en su plantación de Virginia. Sin embargo, un fuerte sentido del deber lo llamaba ahora a la vida pública de nuevo. Temía que toda la sangre derramada durante la guerra hubiera sido en vano si el gobierno no se fortalecía. La presencia de Washington en la Convención fue muy importante. Su firme liderazgo hizo que los demás delegados estuvieran dispuestos a escuchar opiniones contrarias.
 
Ya el 25 de mayo, estaban presentes los delegados de siete estados, suficientes para empezar. Los hombres presentes se reunían en el Parlamento seis días a la semana, desde las diez hasta las tres o las cuatro de la tarde.
 
¿Quiénes eran los delegados? Eran todos hombres blancos, en su mayoría acomodados y con un alto nivel educativo. (Las mujeres y las minorías tenían pocos derechos o ninguno y no podían tomar decisiones). Muchos eran jóvenes, de veinte o treinta años. Sin embargo, todos ellos tenían ya mucha experiencia en el gobierno. Varios habían firmado la Declaración de Independencia. Tres cuartas partes habían servido en el antiguo Congreso. Muchos eran héroes del campo de batalla de la Guerra de Independencia. También eran un grupo a la moda, con pantalones bombacho, medias de seda y pelucas blancas empolvadas.
 
Faltaban dos líderes importantes: Thomas Jefferson y John Adams. Estaban a un océano de distancia, representando los intereses de Estados Unidos en Francia e Inglaterra.
 
El delegado de más edad, con mucho, era Benjamin Franklin, quien vivía allí mismo en Filadelfia. A sus ochenta y un años, el Dr. Franklin seguía teniendo una mente ágil, pero su cuerpo le dolía por la gota. Los viajes en carruajes saltando eran demasiado duros para él. Así que lo llevaron a la Convención en una silla de manos francesa. Cuatro prisioneros, liberados de la cárcel por ese día, lo transportaron.
 
Al igual que George Washington, Ben Franklin aportó calma y dignidad a la Convención. En los próximos meses, cuando los ánimos se caldearan, todos lo necesitarían.